sábado, 14 de febrero de 2015

Escoger el tono (Notas al programa)

    En el preciso instante en que uno acomete la empresa incierta de divagar en público docenas de dudas, en cascada dodecafónica, lo interceptan, lo increpan y, lo que es peor, se amanceban con los más veteranos de sus temores sin el mínimo pudor. Del parto que se anuncia más terrible que el de los montes sólo pueden nacer monstruos, como es natural. El sueño de la divagación también produce monstruos, sí. Escoger el tono podría resultar una cuestión baladí, pero del tono dependerán en buena medida los derroteros que siga el discurso, las oportunidades de modular e incluso la estructura que más convenga. Por eso la elección del tono no es un monstruo menor. Cuando empecé a acariciar la idea de iniciarme en la escritura de un blog como se acariciarían las teclas de un piano o el hocico de un caimán, con respeto no tardé en tener claro que se hacía necesario un rotundo Mí mayor. ¿Qué otra posibilidad cabía? Si para Mozart la muerte segaba en re menor y para Vivaldi la sangre sólo podía helarse en fa menor era lógico que yo escribiera pensando en Mí, pero mucho más apropiado era recurrir al relativo, el más modesto yo menor –descarté el homónimo, mí menor, porque tampoco era cuestión de menospreciarse. Por otro lado, evitando el Mí evitaba la pretensión de estar siempre en lo cierto: la más que probable tendencia a buscar el si. Escribiendo en yo que salga el sol por Antequera.
    M
e queda, pues, averiguar si terminará el intento en una mera Folía, en verborrea (ma)Chacona o en un terco ostinato. O quizá chi lo sa?– en esas divagaciones tan elaboradas, tan pródigas en circunloquios, donde no se reconoce el tema; que dicen los que saben que como divagaciones son las mejores.